lunes, abril 15

Mi cuento de hadas patagónico



Mi dulce verano de amor argentino,

mis 90 días de eterna felicidad y luz,

mi conductor cruzando provincias y fronteras,

Mi compañía en las noches frías del Sur.


Mi profesor de pesca, y yo copiloto,

mi chef esquelense, mi anfitrión.

El señor de aeropuerto, mi bombero preferido,

Que madruga seguido y trabaja en camión.


Eso que nunca fue y fue hermoso,

eso que vivimos intensamente y tengo que ignorar,

mis intentos fallidos de cocinera, mi fiel y sincero amante,

mis ganas de besarte y no poderte abrazar.

 

Hoy te recuerdo, dejando ese cuento, de mi cariño fuiste el dueño,

Te agradezco y te extraño, me duele no verte,

el insomnio es mi compañía al no poder olerte.

Ojalá despertara a tu lado y que no fuera un sueño.





viernes, octubre 6

Nuevo adiós

 El próximo sábado se cumplen cuatro años de conocerte. 

A pesar de nuestras diferencias, de una pandemia que nos atravesó y fracturó nuestro vínculo, yo decidí esperarte todo este tiempo, siempre pensé que era lo mejor. Hoy, que fuimos sinceros como éramos hace mucho, me dolió tanto dejarte y terminar las cosas. Nunca quise hacerlo. Lo único que quisiera ahora es verte y abrazarte, pero tus compromisos, y obligaciones lo hacen casi imposible. Siempre soñe con que tuviésemos algo más profundo, quizás algún día funcionaría. Siempre pensé que lo podríamos solucionar. Hoy se me hace insostenible esta situación. Hoy se me parté el corazón, porque te veo incómodo, porque sabemos que no estamos en la misma sintonía, hoy me lo dijiste, y mi sueño de estar contigo se termina, ya no habrá cenas, ni mensajes a la noche, ya no compartiremos mi cama. Te quisé tanto y te amé, y hoy no me queda más remedio que tirar mi amor a la basura. Hubiese dado todo porque funcionara. El destino me arrebató tu compañia, primero con tu viejo amor, y luego un nuevo amor. Les diste un lugar a ellas que siempre quise ocupar. Incluso me negaste algunas noches. Pero no te puedo reprochar nada. Era lo que podías darme en ese momento. Ojalá se nos dé en otra vida, en esta no fue. Lo que siento por vos no se me va a ir ahora, permanecerá mucho tiempo y algún día sera un bello recuerdo de momentos compartidos. Te amo con todas mis fuerzas. Durante todo este tiempo, no fui capaz de entregarme a nadie más. Te dejo que seas feliz, no pude darte lo que deseabas. Ojalá puedas encontrar alguien a quien si amas, ya no puedo mendigarte compañia. Se me destroza el alma. Recuérdame siempre.

jueves, agosto 10

Entre abismos

No se si te has dado cuenta
que detrás de mi cuerpo hay un abismo,
que separa mi corazón del resto de la gente,
que se asoma por el precipicio cuando te ve pasar.

Y con los años, atravieso esos abismos, entre mi alma,
que vive llanamente en soledad, mi espíritu, que busca con ansias un fuego resplandeciente,
mi mente, que cada vez encuentra nuevas cosas para decirte,
y mi corazón, que siempre quiere estar contigo y llora cuando estás distante.

Ojalá algún día pudiese atravesar ese abismo, que me separa de tu corazón, 
que me deja al lado de tu cuerpo poco consciente y sin necesidad de mi afecto,
sueño con algún día que me muestres tu ternura, 
que tu alma juegue a estar con la mía con mayor frecuencia,
que tus ojos me busquen cuando estamos juntos,
que te tiemble la panza, como a mi, cada vez que respondes mis conversaciones, que te emocione sentir mi presencia,
ojalá algún día me devolvieras un poco de ese cariño, que se cae de mi cama cuando estás en ella,
ojalá no muy tarde, antes que me vaya, me quisieras. 

martes, agosto 17

Escena

Repaso una y otra vez las escenas en mi mente,
si fue quizás algo que hice mal,
la culpa me persigue como enemigo ausente,
sacudiendo recuerdos que no volverán.

Cada tanto, me asomo a los abismos y muero de miedo,
pasando memorias donde nunca fui amada,
mi niña se arrodilla, se abraza a sus piernas,
llora con fuerza, se mantiene asustada.

La miro, le acaricio el pelo cobrizo,
la alzo en mis brazos y la lleno de amor,
de a poco la saco de ese enorme abismo,
le limpio la cara y le doy mi calor.

A veces jugamos, le compro ropa color rosa,
vamos a la peluquería, le regalo un cofre en forma de prisma,
y mientras toco sus mejillas, susurro:
"Los príncipes no existen, quiérete a ti misma".

Y una mujer mayor, parecida a mi, con algunas arrugas y canas,
nos sonríe y nos da las llaves de su casa,
me abraza, me habla al oído y dice:
"Nunca recibas migajas ni te quedes con las ganas".

domingo, agosto 15

Nueva chonga

Debes buscarte una nueva chonga,
que no sea tan directa,
que no coma tan ligero,
a la hora de la cena.

Que si tiene celos, no revise cómo hueles,
que no añore el pasado, que disfrute el presente,
que no tenga como yo ansias por el futuro.

Debes buscarte una nueva chonga, 
muy cuyana y que te pinte para noviazgo, 
que tenga auto y amigas para tus amigos,
viva en tu zona, tome mate con tu familia,
que no pregunte cosas incómodas.

Pero viste como soy, revolucionaria y romántica,
aunque te aseguro que nunca verás de nuevo...
alguien como yo, que te hable de animales y ciencia,
que conozca tu cuerpo, como un experimento,
que te reciba tres veces por semana en casa a dormir,
nunca verás otra vez.
Nunca verás de nuevo, alguien que se ilumine cuando te ve,
que te bese después de hacer el amor,
que te tome de la mano por Figueroa Alcorta,
te será difícil de encontrar.

Debes buscarte una nueva chonga,
que no te mande mensajes ni audios largos,
mejor que deje en visto, que no responda siempre,
que sea indiferente, 
que no sea semejante mujer.

Pero me conoces, siempre alegre,
perdono todo, haciendo café para los dos...
No sé si hallarás de nuevo,
alguien que te acepte tal como eres,
te haga comidas caribeñas,
te haga cosquillas en la cama
y te pida que te quedes un rato más.
Lo mejor es que tengas otra chica, con más estructura,
que sea de este lugar, más conocida, más predecible,
que no entregue todo y se quede vacía.

Adaptado de Nuevo amor - Tranzas

jueves, agosto 12

Renacer

Mantén la calma,
que los dias pasan
y los dias son mas largos
o las noches más cálidas.

Que no se ama en vano,
ni las esperas son eternas,
el tiempo pasa y deja huellas
donde el amor se vuelve un recuerdo.

Tranquila mirando las estrellas,
allá te cuidan tus ancestros,
te dan paz y luz,
apaciguando tus sombras.

La esperanza hecha raíces
en los corazones opacos
sujétate a la red o salta al océano,
se feliz, como un pez en libertad.

La vida pasa en un segundo,
transportando todas esas almas
y sólo nos deja la dicha de lo querido,
el dolor de lo añorado,
y la satisfacción de haberlo intentado.

jueves, julio 29

Soy una colombiana en Mendoza

(inspirado en Englishman in New York- Sting)

No tomo casi mate, prefiero té o café de Quindío,
me gustan más las arepas o tostadas en vez de tortitas,
Escucha cómo no uso el "vos" o lo mezclo, mi acento parece del caribe,
soy una colombiana en Mendoza,

A veces camino por la Peatonal y bajo por San Martín,
y pasan algunos ofreciendo para vender,
siempre digo gracias y me quedo hasta que dejan de hablar,
soy una colombiana en Mendoza.
Me encanta la salsa, la cumbia de acá me parece extraña,
soy residente, permanente pero residente,
soy una colombiana en Mendoza.

Alguien te tratará mal por ser extranjero,
te confundirá de país y escupirá al lado tuyo,
siempre soy cordial y sonrío,
soy una colombiana en Mendoza.
Soy residente, permanente pero residente,
soy una colombiana en Mendoza.

Estar de buen humor, vestir colorido y hablar bonito llaman la atención,
no usar mucho abrigo en invierno puede ser fatal,
los de aquí no son muy cálidos, es porque son así.
Hay que salir de los límites de San Juan, Neuquén y San Luis,
el mundo es demasiado grande y diverso.
Planea más, habla directo, sé honesto
y no le temas nunca a la lluvía o a la ausencia de sol,
sigue con esa alegría que te caracteriza.
Soy residente, permanente pero residente,
soy una colombiana en Mendoza.

miércoles, mayo 26

Buscando montañas en el sur

Todo empezó allá en octubre de 2006 cuando tuve la primera discusión con Manuel pues por mis constantes viajes y su trabajo tan demandante, eran más las horas que pasábamos hablando por teléfono que viéndonos en casa. Estábamos planeando nuestro viaje a Río, cuando Manu me dijo que ya no soportaba la situación y en cambio se estaba enamorando de su secretaria. Ocho años a la basura, pensé. Así que decidí viajar a San Juan, capital de Costa Rica, a concretar algunos negocios importantes. Estaba de pie esperando ser atendida por la secretaría, cuando veo a mi derecha a Pedro; un hombre alto, de ojos azules, un poco pálido, que estaba ansioso con sus manos, y no pude evitar quedar absorta viendo su mirada, era amor a primera vista. Me saludó tímidamente, yo le conté que estaba de paso cerrando algunos contratos con la firma, seguimos hablando y me pasó su tarjeta, la cual no dudé en usar a mi regreso a la casa.

Algunas charlas por teléfono, resultó ser que Pedro era un colega de algunos de mis compañeros de trabajo, así que era muy probable que viajara a Uruguay antes de fin de año. Pedro me resultaba tan dulce, un poco tímido, enigmático, muy intelectual, y me atraía muchísimo, él llevaba tres años viviendo con su concubina.

En esos dos años de contacto entre nosotros, nos vimos un par de veces en Uruguay, y después de varios tragos y quedarnos sin mis compañeros, ese verano de 2008 le pedí nerviosamente que me llevara a su habitación del hotel. Él aceptó y nos quedamos juntos toda la noche; la pasión era tanta que no nos bastaban las horas y el fuego nos sobraba. Yo estaba decidida a terminar con Manuel e irme con Pedro, pero un día antes de su último viaje me dijo que era algo imposible, su novia y futura esposa estaba embarazada de siete meses. Fue tan devastador para mí, que vendí todo y me fui a las colinas, casi al limite del norte con Brasil, y renté una cabaña vulgar; allí conocí a Samuel, un baquiano que vivía en esa zona.

Recuerdo que, en una de las fiestas Samuel y los vecinos me invitaron a pasar las fiestas en un camping de Chuy. El ambiente era tan festivo, entre la samba y las charlas hispano- portuguesas, y empecé a ver a Samuel como un hombre agradable; él, curtido por el sol, con ojos color miel, una sonrisa cálida y algunas canas asomándose por sus sienes, me pareció lo más lindo de esa noche, así que lo invité a mi carpa. Yo aún sufría por Pedro, y Samuel me pidió que no tuviéramos nada serio, así que todo me cerraba. De Manuel no supe nada más, excepto que andaba de viaje por Europa. Después de llorar horas enteras cada vez que iba a la ciudad y superar las cosas con Pedro, un día Samuel me preguntó si podía quedarse en casa.  Le dije a Samuel que sí, sin estar muy convencida, pues aparte del sexo, con Samuel no teníamos nada en común, yo me había recibido hace dos años de literatura, y Samuel solo sabía de cultivos, vacas, y algunas cosas de la vida de campo. Por eso, cuando llegó a mi casa esa noche y estaba preparando la comida, me quedé sorprendida cuando vi que el piano empezó a emitir sonidos dulces, provocados por sus manos tan trabajadoras. Recuerdo que al día siguiente amanecí toda resfriada, porque nos pasamos toda la noche jugando en la playa y a fines de mayo hace bastante frío en la noche. Samuel me cocinó una sopa con hierbas que salió a buscar al día siguiente en la mañana y me atendió con tanta dulzura, que no sé si fue estar tan sola en aquella cabaña, el hecho que hace más de dos años no veía a mi familia de Montevideo, extrañar a mi mamá que había ido a vivirse a Panamá la tierra de sus padres y casi no teníamos contacto, o que a veces en la penumbra, mientras estaba con Samuel, creía sentir la presencia de Pedro en mi cama. Sí, creo que mis amores perdidos reencarnaron un poco en Samuel.

Ese lunes en la mañana, le pregunté ansiosa si podía pasar algún día a visitar a su familia al pueblo. Se puso blanco y según él era imposible, tenía muchos problemas con su antigua mujer. Tenían un rancho y una hija en común, una situación de no acabar, o al menos eso me decía. Recuerdo que lloré varios días, y lo encontré unos meses después, en el mercado de la ciudad, con una mujer robusta de cabello largo y negro ébano, muy blanca, con las mejillas rosadas y unos lentes viejos y rayados. A juzgar por su aspecto, parecía mayor que yo, aunque la vida de campo arruina la piel y te envejece más rápido. Era su nueva esposa. Las dos hacíamos la comparación perfecta del agua y el aceite; yo, tostada por el sol debido a mis años de infancia en Maldonado, bastante delgada, con el cabello rojizo casi a los hombros y un acento diferente, parecíamos de planetas diferentes. Después de cruzar algunas palabras con Samuel, volví a la cabaña, empaqué algunas cosas y decidí regresar a Montevideo. Sé que Samuel algo me quiso, o al menos le fascinaba cómo yo sobresalía de las mujeres que vivían en esa zona, pero era un hombre muy conservador, nunca podría tener algo sólido con él, o al menos no era su tipo de mujer para estar casados. Después de eso estuve varios años en la capital y luego me fui a Francia, alguien me contó que Manu estaba trabajando en una bodega al sur. Ahí pasamos varios años y luego vivimos años más en Panamá, vecinos de mi madre. Después del sufrimiento, la vida siempre nos vuelve a sonreír.

martes, mayo 25

Velorio y carnaval

La Fiesta por José Morillo
 

Amor sagrado, amor después del amor,
entender las cosas como son y no como queremos que seamos,
ni todo el amor puede hacer volver los dinosaurios.
Todas las heridas que no se ven,
esas que ocultamos, algunas que compartimos, y otras que usamos como trofeo.
Sanan poco a poco, en la lentitud del tiempo, en la liviandad del pasar de los días.

Volver a amar, volver a nacer,
cambiar para uno mismo en vez de intentar cambiar al otro.
Soñar, volver a esos lugares felices,
con sabiduría, con una mirada distinta.

Viajar en el encierro, entre cuatro paredes blancas,
con las piernas inmovilizadas,
desear, sin aspirar a cambiar lo rígido, esa estructura invencible.

Cultivando esperanza, anhelando un día mejor,
buscando lo divino, hundiéndose en lo terrenal,
querer viajar en el tiempo y en el espacio,
revivir esas emociones por vez primera,
que la vida sea una fiesta con algunos minutos de silencio,
que el sol salga fuerte todos los días, invitando a ser mejores,
a buscar lo genuino y así el funeral nos encuentre felices,
llenos de plenitud.

jueves, diciembre 24

Tu virilidad

Tu falo, erguido.
Imposible verlo y analizar...
Palpitante, inflamado, rojo violeta y casi negro, se vuelve todo un arco iris de colores intensos.

Húmedo, salado, con algunas manchas,
producto de tu piel o tu experiencia.
Me resulta una tentación tocarlo,
acariciarlo, ponerlo entre mis labios.

Mirame, besándolo, abrazándolo con mis piernas, 
explotando, de inauguración
como si fuera feria de placer.
Después del acto, se torna pálido, adelgaza, 
casi un ser dormido es.

Luego del descanso, juego perezosamente con él
y lo despierto con besos mientras se asoma,
mis labios y lengua tímidamente lo saludan.
Uso mis manos, en él, en su todo.

Y ese mismo miembro me saluda, se sonroja, 
me muestra su hinchazón y virilidad,
es tan tierno y bonachón que parece explotar.
Me despliego nuevamente para juntos volar.

jueves, diciembre 3

Caminando con extraños en el Monte


Era un día de fines de Mayo, andábamos cruzando los viejos rieles del tren que conectaban el norte de la provincia con el resto del país. Entre algarrobos, jarillas, jumes, vidrieras y algunos arbustos más chicos, Sebastián y yo pateábamos la arena con nuestras botas, mientras Sabrina se asomaba entre las dunas a ver algunas maras que saltaban a los lejos. En esa época, las horas de la siesta eran el único asomo de calor que dejaba entreverse durante la estación. Sebastián se agachó un poco para ver más detenidamente el piso, donde pudo apreciar algunos espirales secos, muy pequeños, que se iban acumulando a lo largo de la huella. Eran los viejos habitantes de la laguna.

–Es increíble pensar que hace unas décadas, todo lo que hoy vemos estaba cubierto por agua. Lleno de aves, peces y un sinfín de invertebrados que habitaban estos cuerpos acuáticos–. Dijo Sebastián, mientras finalizaba con un suspiro.

–Ni yo lo creo, Seba– respondí. –Aún dudo de la existencia de ese roedor que todo mundo espera que podamos encontrar. Este lugar parece muerto en vida.

Sabrina, Sebastián y yo éramos biólogos encargados por el departamento de Irrigación de iniciar la gran búsqueda de una rata anfibia de más de 180 años de edad. Era conocida como la rata de agua del Atuel. Su aspecto era descrito en los libros del siglo XIX, parecido a una especie de lobito de río versión miniatura, con un vientre increíblemente blanco, patas traseras muy cortas y una larga cola que cambiaba el sentido a medida que va nadando por el río y las lagunas.

–En esta época del año los investigadores suponen su probable hallazgo, y que además, podría estar reproduciéndose y migrando a esta zona–. Respondió Sabrina a nuestros comentarios mientras seguía de espaldas. –Como se dice que es nocturna, debemos esperar un par de horas más, encender linternas y empezar a seguir algunos zorros y lechuzas que nos lleven a algún paradero a la rata de agua. Por ahora, revisen que contamos con todo lo necesario– Anunció. Dicho eso, me dispuse a abrir la mochila y verificar que tuviéramos todo el equipo: linternas de cabeza, GPS, cámara, cuadernos de campo, grabadora, fósforos, latas de comida y cuchillo. –Está todo aquí– Le dije.

Seguimos caminando por la huella mientras dejábamos atrás los rieles oxidados; el vehículo que habíamos traído para desplazarnos no podía moverse entre la arena. Así que nos dispusimos a recorrer el lugar únicamente con nuestros pies. Yo podía ver cómo los pequeños conejillos de cercas o cuises se asomaban tímidamente entre las madrigueras y luego hacían corridas suicidas hasta llegar al otro lado del camino. También vi algunas aves rapaces en la copa de algunos chañares que salían volando disparados al vernos llegar.

A medida que avanzaba la tarde, el cielo se iba cubriendo de tonos naranjas, rojos y entre la montaña se podían ver algunas estrellas y manchas azules y violetas a lo lejos que anunciaban el ocaso. –A unos kilómetros nos toparemos con uno de los bordes del remanente de la laguna. Pónganse las linternas y allí esperaremos hasta encontrar algún zorro en el camino– Anunció Sabrina.

Sebastián juntaba un poco de leña por si hacía mucho frío. Yo seguí caminando con Sabrina hasta el borde de la laguna. Mis ojos no daban crédito a lo que veía: de repente, la arena había sido cubierta por un pasto corto profundamente verde, coloreado por algunas flores blancas y pequeñas, y a lo lejos se veían algunas aves acuáticas buscando qué comer entre el barro y el agua estancada. Sabrina me llamaba a lo lejos.

–Susana, vení. Encontré algunas huellas de puma entre el barro– pude reconocer su voz de felicidad. Me acerqué a donde estaba, y efectivamente, una pata de un gato grande había quedado impresa en el barro y a su paso había dejado un cúmulo de pelos y restos de excrementos llenos de huesos muy finos. –Tomaré un poco de muestra para llevar a la Universidad– respondí. Luego, buscamos un lugar seco entre algunos laullines mientras se hacía completamente de noche. A lo lejos se escuchaba el grito de los zorros.

Pasadas algunas horas, un frío penetrante habitaba el ambiente. Sebastián empezó a juntar trozos pequeños de madera y prenderlos hasta irlos acomodando debajo de los troncos más pesados. Sabrina alumbraba con su linterna, sin encontrar algún rastro de vida aparente. –La noche está calmada– dije. Comimos unas lentejas que calentamos sobre el fuego, mientras yo tomaba algunas notas del día ocurrido. De repente, se escucha un fuerte estruendo a lo lejos, como si hubiera estallado alguna bomba militar. Sabrina y yo nos levantamos sobresaltadas. –Son los pozos petroleros– comentó Sebastián. –Cada vez los hacen más cerca de la reserva–.

Me levanté por completo y me alejé un poco del grupo. Mientras ellos hablaban, yo me dirigía en dirección a la laguna. Quería explorar el lugar antes de iniciar la búsqueda de medianoche. Me quede de pie junto al barro, y a lo lejos veía una niebla que emanaba del agua, muy densa y brillante, como si fuera el alma de la laguna. Volteé a mirar el fuego a ver si mis compañeros veían algo, pero seguían enfrascados en su conversación, así que decidí seguir bordeando ese cuerpo de agua, para llegar lo más cerca posible a tal vapor blanco. Me acerqué hasta casi tocarlo, y en menos de un segundo desapareció por completo. Al rato, sentía las linternas parpadeantes de mis compañeros sobre mis ojos, me anunciaban que ya era hora de partir y empezar la caminata nocturna. Caminé lo más rápido que pude para reunirme con ellos y guardé todas las cosas. Sebastián apagó la fogata con pisadas y un poco de agua.

Caminamos un poco más de una hora entre las dunas. A lo lejos, vimos un zorro abriendo el agujero de una madriguera de arena. Nos quedamos quietos, expectantes a su próximo movimiento. Cuando el zorro dejó el lugar, nos asomamos a la madriguera. Sabrina alumbraba con la linterna, y Sebastián sostenía una bolsa de papel mientras yo colectaba algunos pelos y heces. Luego, seguimos las huellas del zorro, que nos llevaron al costado sur de la laguna. De la arena absoluta pasamos a un arbustal denso, mientras un enorme chañar en medio de la nada albergaba a una lechuza que nos miraba atenta –Seba, fijate si ves huesitos en el suelo– dije. Para mí era un lugar mágico, pues mi cabeza no daba paso y de un momento a otro el aspecto del sitio cambiaba drásticamente. Finalmente, llegamos al costado sur de la laguna. Encontré varios huesos pequeños y mandíbulas, aunque no estaba segura si eran de la rata del Atuel. Tendría después que examinarlos con la lupa. –Mañana haremos otro recorrido en la mañana y nos iremos al medio día. Creo que ya tenemos muestras suficientes, al menos por ahora – dijo Sabrina a lo bajo.

Sebastián dejó en el suelo la mochila grande que cargaba en su espalda. Saco una bolsa de carpa, y otras tres bolsas más pequeñas que serían nuestras mantas para dormir. Saqué mis guantes y me fui soltando los cordones de las zapatillas. –Pasá a hacer pis entre los arbustos antes de dormir– me sugirió Sebastián. –Así no tenés que levantarte sola en la madrugada–. Le hice caso a Sebastián y me acerqué a unas zampas no muy lejos de nosotros. A la vuelta, me quité las zapatillas y las dejé en el techo de la carpa, mientras amarraba los cordones a una de las varillas. Entre el largo viaje en el automóvil, la caminata extensa y el susto de hace poco, no nos faltó cansancio para quedarnos profundamente dormidos. Pasada la media noche, hacía muchísimo frío y mis riñones estaban llenos, casi a punto de explotar. –Seba, voy a hacer pis de nuevo, ¿me acompañás? Murmuré. Seba estaba roncando fuertemente y Sabrina se dio vuelta y siguió durmiendo. Muy a mi pesar, tuve que salir sola. Abrí la carpa y salí disparada apenas poniéndome las zapatillas. Esa costumbre de ir a la madrugada a hacer pis no era conveniente en medio del desierto. Salí de los arbustos y miré hacia el cielo, deteniéndome por unos segundos. La noche era profundamente hermosa. Las pequeñas luces inútiles alumbraban fuertemente el horizonte, mientras la luna redonda se dejaba acariciar por las nubes. A lo lejos pude ver una estrella fugaz. Me sentí tan bien por un segundo, que decidí quedarme un rato más. Entre las estrellas, vi cómo aparecía una luz color verde fosforescente. –Sabri, Seba, salgan a ver esto– les dije, mientras sacudía la carpa. Hay una luz verde en el cielo.


–Susana, ¿Qué querés? Tenemos que dormir– dijo Sabrina.

–Salí de ahí– jamás en mi vida vi algo así– respondí. Sebastián asomó su cabeza por la entrada de carpa.

– ¿Qué es eso? – Dijo.

– ¿Será un drón? respondí. Era una especie de objeto volador, no muy grande, que tenía luces más pequeñas en las puntas, una forma triangular y producía un leve zumbido a medida que se acercaba a nosotros.

–Apaguen las linternas– dijo Sebastián. Un silencio sepultural se plantó entre nosotros. La pequeña nave empezó a bajar de altura y poco a poco fue acercándose a la laguna. El Monte volvió a su calma aparente y a lo lejos se escuchaban algunas torcazas.

–No sé si estoy durmiendo aún, pero eso que vimos recién me pareció irreal ¿ustedes lo vieron? – Dijo Sabrina.

–Yo propongo que vayamos a ver a dónde aterrizo esa cosa. Capaz sea un cacique que vino del pasado a reclamar por el agua y sus tierras– dijo Sebastián mientras volteaba los ojos y sacaba la lengua.

–Qué ganas de perder el tiempo– comenté. Después de unos minutos, empezamos a caminar lentamente hacia la laguna. Vi como aparecía la estela blanca que yo había detallado hace unas horas. Hacía muchísimo frío. Seguí avanzando y cuando me di cuenta, estaba completamente sola. Sabrina y Sebastián ya no estaban alrededor.

– ¿Sabri? ¿Seba? ¿Dónde están? Dije en voz alta. Un eterno silencio. Ahora caminaba sola y me sentía asustada, pero por otro lado quería llegar lo más pronto posible hasta el otro borde de la laguna. Seguí avanzando, casi a saltos, y a mi alrededor la noche se hizo día en un segundo. La arena, elemento dominante en el desierto, empezó a cubrirse de pasto, cortaderales y flores blancas, rojas y amarillas, amanecía y anochecía cada minuto, y veía como la laguna a lo lejos, se llenaba de abundante agua desde el oeste y empezaba a ser habitada por balsas. Sobre ellas, habían algunas personas, de baja estaturas y delgadas, con una piel casi tan roja como el atardecer y un pelo intensamente negro y lacio. Estaban vestidos con túnicas blancas, algunas más cortas que otras, y hablaban en un idioma que no entendía.


No dude en dejar de caminar, aunque no estaba segura si me verían. Cuando estuve casi al borde de la laguna, a mi sorpresa, encontré algo imposible a mis ojos. Sobre el agua, nadaba cómodamente la rata de agua del Atuel, supuestamente extinta según los libros, y meneaba su cola con fuerza para subirse al barro que bordeaba la laguna y empezó a limpiar sus patas y bigotes. Detrás de ella, se asomaban dos ratitas más pequeñas, que parecían ser sus crías, y una de ellas husmeaba cosas en el pasto.

Me quedé ahí, congelada, sin mover un músculo ni emitir una palabra, mientras veía como una de las ratitas iba aumentando de a poco su tamaño; su cola se alargaba aún más y envolvía su cuerpo y pasaba a convertirse en una túnica blanca, mientras sus uñas y patas se reducían de tamaño, y su cabeza se volvía redonda y fina, hasta que su piel tomaba un color rojo intenso; luego iba a reunirse con las otras personas de la laguna. De repente, el centro de la laguna emitió una fuerte luz, casi cegadora, que hizo me cubriera los ojos. No sé cuanto duró ese resplandor, pero después de una eternidad, pude abrir los ojos, me había desmayado sobre la arena y era de madrugada otra vez, pero no estaba sola, a mi lado se encontraba un hombre alto con cabellera negra larguísima, y me dijo unas palabras mientras miraba a lo lejos:

–Hace no más de algunos siglos, todo lo que hoy vemos rebosaba de agua. Agua que fluye, la comida era abundante, se podían cultivar muchas frutas y verduras; la vida era simple pero agradable. Había buena relación con la tierra y la humanidad.

– ¿Qué pasó entonces? –Pregunté– ¿Por qué ya no vive nadie aquí? ¿Por qué ahora es un cementerio este lugar?

–Las personas perdieron su conexión con el agua, las tierras, empezaron a buscar la belleza en otras formas, en lo material. Luego llegó la industria, y a su llegada, el agua empezó a escasear.

–Hombre de la laguna, hemos venido de muy lejos a buscar una rata con aspecto de lobito de río que según cuentan, se extinguió a medida que el agua se alejaba de estas tierras.

–Sé muy bien lo que vinieron a buscar, pero esa rata ya no está aquí. Al menos no en este plano que conocemos.

Un silencio. Yo lo miraba sin entender, pues hace unos segundos, había visto con mis propios ojos no una, sino tres ratas del Atuel que se convertían en personas.

–Si es así, no tenemos más nada que hacer –repliqué–

– Otros van a volver, la buscarán, pero si no se restablece esa relación con el agua jamás la van a encontrar.

Me levanté de la arena y miré hacia el horizonte, mientras se asomaban los primeros destellos del día. Cuando volví a ver a donde estaba mi acompañante, ya se había ido.

Salí caminando nuevamente hacia la huella, caminé varios pasos hacia al norte y vi a lo lejos la silueta de dos personas.

– ¡Susana! ¿Dónde estuviste la madrugada? Nos despertamos en la mañana y no te encontramos en la carpa.

–Tuve un mal sueño– le dije. Pero estoy bien.

–Ya es hora de irnos– dijo Sebastián –No encontramos ningún rastro de ese enigmático animal.

Caminamos uno o dos kilómetros hasta llegar al auto. Sebastián acomodó las cosas. Estábamos de regreso al departamento de Irrigación. Para mis compañeros sería un reporte más, unas horas de oficina y trabajo en la computadora.

–Estas muy callada, Susana– comentó Sabrina.

–No es nada– respondí.

Durante los siguientes días seguí continuando mis labores, aquello por lo cual me pagaban. Pero en el fondo de mi mente, sólo quería volver a aquel mágico momento y ver de nuevo esos aquellos animales anfibios con pelo que se convertían en personas, y acercarme a hablar con ellos, tratar de entender su idioma y navegar en sus balsas. Aquel tesoro que en un tiempo atrás era abundante, hoy día no era más que un espejismo, un recuerdo distante, ver llenas de agua las lagunas como esa vez donde el día se mezclaba con la noche y las personas éramos animales de la naturaleza. Descolgué el teléfono que sonaba sin parar. Vi por la pantalla que era un número de San Luis.

– ¡Hola nonita! ¿Cómo va?... Sí, también tengo muchas ganas de verte; este fin de semana iré a visitarte y quiero que me cuentes de tu padre y de su vida cuando eran Huarpes… Sí, también cuando se construyó la Capilla, todo eso.

–Anoche mes soñé con vos– me decía la abue – hay que hacerte saber muchas cosas...

Mi cuento de hadas patagónico

Mi dulce verano de amor argentino, mis 90 días de eterna felicidad y luz, mi conductor cruzando provincias y fronteras, Mi compañía en las n...